Silvina Ocampo - "Las vestiduras peligrosas"

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  • Опубликовано: 31 янв 2025

Комментарии • 12

  • @vachinaanihcav9540
    @vachinaanihcav9540 4 года назад +6

    me salvaste de tener que leer el cuento,te amo

  • @ssim7365
    @ssim7365 2 года назад +1

    muchas gracias por contarlo tan bien, se me facilito comprenderlo para una tarea gracias a usted.

  • @Abril.-_.-_1711
    @Abril.-_.-_1711 2 года назад +1

    Ocampo, Silvina (1999). Cuentos completos II. Buenos Aires: Emecé.
    Las vestiduras peligrosas
    Lloro como una Magdalena cuando pienso en la Artemia, que era la sabiduría en
    persona cuando charlábamos. Podía ser buenísima, pero hay bondades que matan, como
    decía mi tía Lucy. Lo peor es que por más que trate, no puedo describirla sin quitarle algo
    de su gracia.
    Me decía:
    -Piluca, haceme un vestido peligroso.
    Era ociosa y dicen que la ociosidad es madre de todos los vicios. A pesar de eso,
    hacía cada dibujo que lo dejaba a uno bizco. Caras que parecía que hablaban, sin contar
    cualquier perfil del lado derecho que es tan difícil; paisaje con fogatas que daba miedo que
    incendiaran la casa cuando uno los miraba. Pero lo que hacía mejor era dibujar vestidos. Yo
    tenía que copiarlos después, esa era la macana, porque la niña vivía para estar bien vestida
    y arreglada. La vida se resumía para ella en vestirse y perfumarse; en seguida me decía
    chau y ni un lebrel la alcanzaba. Cuántas personas menos buenas que ella hay en el mundo
    que están todo el día en la iglesia rezando.
    Yo había trabajado de pantalonera antes de conocerla y no de modista como le dije,
    de modo que estaba en ascuas cada vez que tenía que hacerle un vestido.
    Perdí mi empleo de pantalonera, porque no tuve paciencia con un cliente asqueroso
    al que le probé un pantalón. Resulta que el pantalón era largo de tiro y había que prender
    con alfileres, sobre el cliente, el género que sobraba. Siendo poco delicado para una niña de
    veinte años manipular el género del pantalón en la entrepierna para poner los alfileres, me
    puse nerviosa. El bigotudo, porque era un bigotudo, frente al espejo miraba su bragueta y
    sonreía. Cuando coloqué los alfileres, la primera vez me dijo:
    -Tome un poco más, vamos -con aire puerco.
    Le obedecí y volvió a decirme con el mismo tono, riéndose:
    -Un poco más, niña, ¿no ve que me sobra género?.
    Mientras hablaba, se le formó una protuberancia que estorbaba el manejo de los
    alfileres. Entonces, de rabia, agarré la almohadilla y se la tiré por la cara. La patrona no me
    lo perdonó y me despidió en el acto diciendo que yo era una mal pensada y que la
    protuberancia se debía al pantalón que estaba mal cortado.
    Soy una mujer seria y siempre lo fui. La señorita Artemia me tomó por el diario.
    Acudí a su casa con la cédula. En seguida simpatizamos y le dije que me llamara por el
    sobrenombre, que es Piluca, y no por el nombre, que es Régula. Iba a su casa tres veces por
    semana, para coser. Siempre me invitaba a tomar un cafecito o una tacita de té, con medias
    lunas. Yo perdía horas de trabajo. ¿Qué más quería?. Si yo hubiera sido una cualquiera, qué
    más quería; pero siendo como soy me daba no sé qué. A pesar de la repugnancia que siento
    por algunas ricachonas, ella nunca me impresionó mal. Dicen que estaba enamorada. Sobre
    su mesa de luz, pegada al velador, tenía una fotografía del novio que era un mocoso. Tenía
    que serlo para dejarla salir con semejantes vestidos. Pronto me di cuenta de que ese mocoso

    • @Abril.-_.-_1711
      @Abril.-_.-_1711 2 года назад +1

      la había abandonado, porque los novios vienen siempre de visita y él nunca. El amor es
      ciego. Le tomé cariño y bueno, ¿qué hay de malo?.
      Un enorme ventanal ofrecía el cielo a mis ojos, una regia máquina de coser eléctrica
      estaba a mi disposición, un maniquí rosado traído de París, que daba ganas de comerlo, una
      tijera grandota, que parecía de plata, un millón de carreteles de sedalina de todos colores,
      agujas preciosas, alfileres importados, centímetros que eran un amor, brillaban en el cuarto
      de costura. Una habitación con sus utensilios de trabajo no parece nada, pero es todo en la
      vida de una mujer honrada.
      Hay bondades que matan, como dije anteriormente; son como una pistola
      al pecho, para obligarle a uno a hacer lo que no quiere.
      -Piluca, hágame este vestido para mañana. Piluquita, aquí está el género y
      el modelo -rogaba la Artemia-.
      -Pero niña, no tengo tiempo.
      -Yo sé que lo vas a hacer en un cerrar y abrir de ojos.
      -Manos a la obra -yo exclamaba sin saber por qué, y me ponía a trabajar-. Me tenía
      dominada. A veces yo trabajaba hasta las cinco de la mañana, con los ojos desteñidos por la
      luz, para concluir pronto. El lirio de la Patagonia me ayudaba. Llevaba siempre su
      estampita en mi bolsillo.
      La señorita Artemia era perezosa. No es mal que lo sea el que puede, pero dicen que
      la ociosidad es madre de todos los vicios y a mí me atemorizan los vicios. Sin embargo,
      para algo no era perezosa. Dibujaba, de su idea propia, sus vestidos, ya lo dije, para que yo
      se los copiara. No crean que esto era fácil. Con un molde, yo cortaba cualquier vestido;
      pero sacar de un dibujo el vestido, es harina de otro costal. Lloré gotas de sangre. Ahí
      empezó mi desventura. Los vestidos eran por demás extravagantes. A veces ella misma
      pintaba las telas, que en general eran livianas y rosadas. El jumper de terciopelo, el único
      de terciopelo que le hice, tenía un gran escote por donde me explicó que se asomaría una
      blusa de organza, que cubriría sus pechos. Varias veces le recordé, después de terminarle el
      jumper, que tenía que comprar la organza, para hacerle la blusa. El día que se le antojó
      estrenar el jumper, no estaba hecha la blusa: resolvió, contra viento y marea, ponérselo.
      Parecía una reina, si no hubiera sido por los pechos, que con pezón y todo se veían como en
      una compotera, dentro del escote. Mama mía. La acompañé hasta la puerta de calle y
      después hasta la plaza. Allí me despedí de ella. No pude menos que admirar la silueta
      envuelta en el hermoso forro negro de terciopelo que a regañadientes yo le había cortado y
      cosido. Qué extravagancia. Al día siguiente, cuando la vi, estaba demacrada.
      Tomó el diario bruscamente y me leyó una noticia de Budapest, llorando. Una
      muchacha había sido violada por una patota de jóvenes que la dejaron inanimada, tendida y
      desgarrada en el suelo. La muchacha llevaba puesto un jumper de terciopelo, con un escote
      provocativo, que dejaba sus pechos enteramente descubiertos. La Artemia lloraba como si
      se hubiera tratado de una parienta o de una amiguita o de su madre. Yo le pregunté por qué
      lloraba: qué podía importarle de una muchacha de Budapest que no había conocido. ¡Qué
      sensibilidad!.

    • @Abril.-_.-_1711
      @Abril.-_.-_1711 2 года назад +1

      -Debió de sucederme a mí -me contestó, enjugándose las lágrimas-.
      -Pero niña, está bien que sea buena -le dije- pero no hasta el punto de
      querer sacrificarse por la humanidad.
      -Es horrible que esto haya pasado. Comprenda que es mi jumper el que llevaba esa mujer.
      El jumper que yo dibujé, el que me quedaba bien a mí.
      No comprendí. Me ruboricé y sin decirle nada salí del cuarto, para tomar una tacita de tilo.
      Al día siguiente volvió con el dibujo de un vestido no menos extravagante, para que se lo
      copiara. Fruncí el ceño y exclamé involuntariamente:
      -¡Dios mío! ¡Virgen Santísima!.
      -¿Qué tiene de malo? -me dijo fulminándome con la mirada. Y como yo no contestaba,
      prosiguió: -¿Para qué tenemos un hermoso cuerpo? ¿No es para mostrarlo, acaso?-.
      Le dije que tenía razón, aunque no lo pensara, porque soy educada muy a la antigua y antes
      de ponerme un vestido transparente, con todo al aire, me muero.
      -Usted es una santulona, pero no hay derecho de imponerle sus ideas a los
      demás.
      -Fui educada así y ya es tarde para cambiarme.
      -Yo me eduqué a mí misma y no es tarde para cambiarme, pero no voy a cambiar.
      Ayúdeme, entonces -me dijo-.
      El vestido que había dibujado era más indecente que el anterior. Era todo de gasa negra,
      con pinturas hechas a mano: pinturas muy delicadas, que parecían reales, como el fuego de
      las fogatas y los perfiles. Las pinturas representaban sólo manos y pies perfectamente
      dibujados y en diferentes posturas; manos con anillos y sin anillos. Al menor movimiento
      de la gasa, las manos y los pies parecían acariciar el aire. Cuando terminé el vestido y se lo
      probó me ruboricé. La Artemia se complacía frente al espejo, viendo el movimiento de las
      manos pintadas sobre su cuerpo, que se transparentaba a través de la gasa. Le pregunté:
      -¿Cómo le hago el viso?.
      -Su abuela -me contestó-. ¿No sabe que se usa sin viso?. Usted, vieja,
      está muy anticuada.
      Esa noche salió a las dos de la mañana. Como era el mes de enero y hacía calor, no
      se puso un abrigo ni un chal para cubrirse. Con temor la vi alejarse y no dormí en toda la
      santa noche.
      Al día siguiente la encontré malhumorada, frente al desayuno. Tomó el diario en
      una mano, mientras con la otra bebía el café con leche. Me leyó una noticia: en Tokio, en
      un suburbio, una patota de jóvenes había violado a una muchacha a las tres de la mañana.
      El vestido provocativo que la muchacha llevaba era transparente y con manos y pies
      pintados.
      La Artemia se echó a llorar y yo traté de consolarla.
      -No puedo hacer nada en el mundo sin que otras mujeres me copien -
      exclamó sacudiendo la cabeza-.
      -Pero, niña, no diga esas cosas.
      -Son unas copionas. Y las copionas son las que tienen éxito.

    • @Abril.-_.-_1711
      @Abril.-_.-_1711 2 года назад +1

      -¿Qué éxito es ése?. No es nada de envidiar.
      -No me entiende, Régula.
      -Llámeme Piluca y no se enoje.
      El siguiente vestido me sacó canas verdes. Era de tul azul, con pinturas de color de
      carne, que representaban figuras de hombres y mujeres desnudos. Al moverse todos esos
      cuerpos, representaban una orgía que ni en el cine se habrá visto. Yo, Régula Portinari,
      metida en ésas; no parecía posible.
      Durante una semana cosí temblando la túnica pintada con lúbricas imágenes, pero
      no sabía los efectos que sobre el cuerpo de la Artemia podían producir.
      Rebajé cinco kilos cosiendo ese dichoso vestido; rompí varias agujas de puro
      nerviosa. Aquel cuarto de costura era un tendal de géneros mal aprovechados. Senos,
      piernas, brazos, cuellos de tul, llenaban el piso.
      Felizmente la noche del estreno del vestido hubo un apagón en la cuadra y nadie vio salir a
      la Artemia de casa, cubierta de esa orgía de cuerpos que se agitaban al menor movimiento.
      Le previne:
      -Va a tener frío, niña. Lleve un abrigo.
      -Qué frío puedo tener en el auto con calefacción.
      Era pleno invierno, pero la niña no sentía frío.
      Al día siguiente, nada nuevo auguraba su rostro. Otra vez leyendo el diario,
      sorprendió una noticia que la impresionó a tal punto que tuve que prepararle una taza de
      tilo. En Oklahoma, una muchacha salió a la calle con un vestido tan indecente, que la
      ciudad entera la repudió y un grupo de jóvenes, para ultrajarla, la violó. El vestido era de tul
      y llevaba pintados cuerpos desnudos que en el movimiento parecían abrazarse
      lúbricamente. Me dio pena y horror la perversidad del mundo.
      Aconsejé a la Artemia que se vistiera con pantalón oscuro y camisa de hombre. Una
      vestimenta sobria, que nadie podía copiarle, porque todas las jóvenes la llevaban.
      En mala hora me escuchó. Con suma facilidad y rapidez le hice el pantalón y una
      camisa a cuadros, que corté y cosí en dos patadas. Verla así, vestida de muchachito, me
      encantó, porque con esa figurita ¿a quién no le queda bien el pantalón?.
      Cuando salió de casa me abrazó como nunca lo había hecho. Tal vez pensó que no
      volvería a verme. Cuando fui a mi trabajo, a la mañana siguiente, un coche patrullero de la
      policía estaba estacionado frente a la puerta. Ese silencio, esa luz cruel de la mañana, me
      anunciaron algo horrible que después supe y leí en los diarios:
      Una patota de jóvenes amorales violaron a la Artemia a las tres de la mañana en una
      calle oscura y después la acuchillaron por tramposa.

  • @proferaponi
    @proferaponi 4 года назад

    Hola. Sabés si la voz del cuento también es de Silvina? Gracias.

    • @lecturasenlanoche8168
      @lecturasenlanoche8168  4 года назад +3

      Hola! No, es mía. En la lista de reproducción dedicada a ella puse varios audios con la voz de Silvina para que escuches. Saludos!

    • @anamariallobet796
      @anamariallobet796 3 года назад

      No. Silvina ya murio

  • @helloguysyou
    @helloguysyou 3 года назад +1

    Que prejuicios o representaciónes sociales sobre las mujeres aparecen en el cuento

  • @Gokil-sc5wd
    @Gokil-sc5wd 2 года назад +1

    Hola soy gay