La iluminación del Cardoner de Ignacio de Loyola, su segunda conversión.

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  • Опубликовано: 8 фев 2025
  • La iluminación frente al río Cardoner, en Manresa, es el inicio más claro de la profundidad espiritual que veremos plasmada en los Ejercicios Espirituales. Ignacio comprende las cosas de una manera nueva y así lo relata en su Autobiografía:
    “Una vez iba por su devoción a una iglesia, que estaba poco más de una milla de Manresa, que creo yo que se llama sant Pablo, y el camino va junto al río; y yendo así en sus devociones, se sentó un poco con la cara hacia el río, el cual iba hondo. Y estando allí sentado se le empezaron abrir los ojos del entendimiento; y no que viese alguna visión, sino entendiendo y conociendo muchas cosas, tanto de cosas espirituales, como de cosas de la fe y de letras; y esto con una ilustración tan grande, que le parecían todas las cosas nuevas. Y no se puede declarar los particulares que entendió entonces, aunque fueron muchos, sino que recibió una grande claridad en el entendimiento; de manera que en todo el discurso de su vida, hasta pasados sesenta y dos años, coligiendo todas cuantas ayudas haya tenido de Dios, y todas cuantas cosas ha sabido, aunque las ayunte todas en uno, no le parece haber alcanzado tanto, como de aquella vez sola. Y esto fue en tanta manera de quedar con el entendimiento ilustrado, que le parescía como si fuese otro hombre y tuviese otro intelecto, que tenía antes.”
    (AU 30).
    Para pensar: ¿qué iluminaciones, comprensiones de la vida, de nosotros mismos, de Dios, nos acompañan y ayudan a vivir desde ese Misterio de unidad que somos en Cristo?
    Las fecundas tensiones del Peregrino
    Por Javier Melloni, SJ.
    En su caminar, Ignacio fue integrando una serie de polaridades que son la clave de la vía que dejó abierta. Comprendió que, si Dios está en todo y todo está en Dios, las disyuntivas son penultimidades que se hacen fecundas al conciliarse en un plano ulterior. Experimentó que la tensión de factores opuestos, en lugar de bloquear, puede impulsar a una resolución más rica y complexiva, por el dinamismo interno del magis que atraviesa el acto creador.
    A lo largo de su vida fue capaz de integrar el ímpetu de su carácter con la vulnerabilidad de su cuerpo, sabiendo que tan importante es sostener una determinación como aceptar los propios límites y dejarse ayudar.
    Sostuvo la convicción de que cada persona está llamada a tener una experiencia inmediata de Dios -tal como él la tuvo-, así como asumió que se requieren mediaciones que ayuden a des-subjetivar tal inmediatez al confrontarla con la alteridad y con la realidad.
    Integró el hacer con el dejarse hacer, porque entendió que nadie puede sustituirnos en lo que somos, a la vez que es Dios quien actúa a través de nosotros.
    Fue una persona de ardientes y persistentes deseos, así como fue capaz de obedecer (ob-audire, «escuchar») a las circunstancias. Consideró el deseo como una fuerza que puede abrir brechas frente a lo imposible, a la vez que aprendió a distinguirlo de la obstinación ciega.
    Integró la inspiración con la formación, es decir, la luz que proviene de la oración (el ojo del espíritu) con la necesidad de la formación (el ojo de la razón). Ambos han de estar abiertos.
    Aprendió a vivir en pobreza para sostenerse en la confianza y en la

    gratitud, así como se valió del uso de mejores medios para alcanzar los fines que se propuso.
    Estuvo en la base de la pirámide social compartiendo la condición de los más desfavorecidos sin dejar de tener la mirada puesta en la transformación de las estructuras.
    Integró la soledad, preservando tiempos para estar en intimidad con Dios, con la compañía, experimentando el gozo y la fuerza del grupo.
    Supo arraigarse en cada lugar a donde fue, atendiendo a lo concreto, y mantuvo una visión universal que lo libró de miras cortas y provincianas.
    Cultivó el silencio porque valoraba la palabra y no quería que esta fuera vana, sino que todo hablar brotara de la única Palabra.
    Fue libre como el viento e impulsó a serlo y, a la vez, comprendió la necesidad de pertenecer a un cuerpo de compañeros.
    Integró la capacidad de poner en cuestión a la institución con el respeto y veneración por la Iglesia como sacramento.
    Buscó incesante e incansablemente la voluntad de Dios, así como descansó y se consoló cuando la hallaba.
    Integró el ya sí de la presencia de Dios en todas las cosas con la conciencia del todavía no desgarrador de un mundo en llamas.
    Recorrió la totalidad de sí mismo y, al mismo tiempo, se vació de sí con el permanente «tomad, Señor, y recibid».
    Haciendo su vida irrepetible, la ofreció a Dios al final de su peregrinaje habiendo dejado a Dios peregrinar a través de él.
    Tales fueron el éxtasis y el éxodo de su vida, así como el éxodo y el éxtasis de Dios en él.
    Que el haberlo acompañado en su caminar a lo largo de estas páginas haya suscitado en nosotros el deseo de perseverar en los éxodos y éxtasis que comportan la llamada que cada cual ha recibido, hasta alcanzar la meta cuyo signo será haber sido alcanzados por Aquel que nos llamó.
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