Don Aldao y su Azulejo | Hector del Valle

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  • Опубликовано: 15 окт 2024
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    Letra: Martin Castro
    Era Don Alejo Aldao
    un bebedor sin medida,
    que se pasaba la vida
    en los boliches mamao.
    Caña, ginebra, guindao,
    eran de su paladar,
    y tanto llegó a tomar
    su pobre piltrafa humana
    que viendo una damajuana
    entraba a trastabillar.
    Siempre estaba el azulejo
    como esclavo en el palenque,
    un matalón que de enclenque
    sólo era hueso y pellejo;
    que de tan flaco y tan viejo
    ni clinas le habían quedao.
    Entumecido, agobiao
    por la falta de sustento,
    era un armazón hambriento
    en un cuero retobao.
    Ocasiones al montar
    con el estribo no daba,
    y una y otra vez erraba
    hasta que podía acertar;
    a veces sabía quedar
    como bolsa atravesao,
    el caballo acostumbrao
    volvía por el sendero
    llevando hasta el mesmo alero
    del rancho a su amigo Aldao.
    Cuentan de que el viejo Aldao
    allá en sus tiempos de mozo,
    tuvo un contraste amoroso
    que hasta hoy lo tiene amargao;
    y recuerda acongojao
    la ingratitud de un querer,
    los besos de una mujer
    la luz de unos ojos pardos,
    que clavados como cardos
    los siente dentro del ser.
    Y cuando el paisano Alejo
    recuerda su triste drama,
    el nombre infiel de una dama
    surge en los labios del viejo.
    Acaricia el azulejo
    que es su amigo singular,
    y sin poderlo evitar
    por sus barbas como nieve,
    se ve presurosa y leve
    una lágrima rodar.
    -"Mi compañero y amigo
    se llama ¡Don Azulejo!
    Flaco maturrango viejo
    pero fiel para conmigo.
    Cada cosa trae consigo
    no se qué contradicción,
    las hojas más verdes son
    la expresión de la belleza,
    pero le dan más tristeza
    al viejo sauce llorón.
    Mezcle amigo en la botella
    caña, ginebra de todo,
    porque solamente beodo
    consigo olvidarme de ella.
    Son los ojos de mi bella
    que no me dejan en paz,
    porque no puedo jamás
    apartarlos de mi vida,
    y mientras ella me olvida
    yo siempre la quiero más.
    Hoy ya soy un muerto en vida
    que despacito me alejo,
    al tranco de mi azulejo
    en yunta con mi partida.
    Ninguna esperanza anida
    mi amargado corazón,
    moriré en un cañadón
    tirao entre los abrojos,
    y velará mis despojos

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