Mis primeras palabras frente a Él fueron de estupefacción. En un primer instante enmudecí, nada comparable con lo que hasta entonces configuró mi niñez. Tras el asombro, una sensación de plenitud me embargó, plenitud risueña frente a la intensidad ardiente que hasta entonces me había procurado la meseta. Sesenta años más tarde, leyendo al maestro Tanpinar recordé aquel primer encuentro y surgió la exclamación. “¡El Mar!”. «Aquello era el Mediterráneo. Más tarde Mümtaz aprendería por los libros lo que era el Mediterráneo, cómo acogía al ser humano con la facilidad de la vida, cómo el sol, el aire transparente, la claridad de sus aguas extendiéndose hasta la línea del horizonte y bordando ante la mirada sus riberas con cada ola y cada ondulación, formaban el cuerpo y fertilizaban el alma; en suma, la cualidad especial de la naturaleza que conseguía que fueran de la mano uvas y aceitunas, inspiración mística y razonamiento axiomático, la más violenta pasión y la búsqueda de la paz individual» (Paz). Este toque de ilusión clásica en manos de un maestro del diálogo entre culturas, lleva esa misma cualidad, como la tierra que le vio nacer. Libano fue por excelencia, vergel y cuna de la mediterraneidad. Desde allí brota la música que Rabih Abou-Khalil ofrece, música que desde su más tierna infancia le conformó, aun si pronto asumiera aquellas que provenían de allende los mares. Mas, a la hora de la verdad tornaría al instrumento ancestral, el ûd que practica desde sus cinco años. Devenir musical que asentó junto a maestros de la talla del gran Georges Farah, con quien consolidaría su formación hasta 1978, ya en plena guerra civil. Guerra que le obligó a dejar su país natal, pero no el soplo abierto que nutriría composiciones tramadas en filigrana transcultural.
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Mis primeras palabras frente a Él fueron de estupefacción. En un primer instante enmudecí, nada comparable con lo que hasta entonces configuró mi niñez. Tras el asombro, una sensación de plenitud me embargó, plenitud risueña frente a la intensidad ardiente que hasta entonces me había procurado la meseta. Sesenta años más tarde, leyendo al maestro Tanpinar recordé aquel primer encuentro y surgió la exclamación. “¡El Mar!”. «Aquello era el Mediterráneo. Más tarde Mümtaz aprendería por los libros lo que era el Mediterráneo, cómo acogía al ser humano con la facilidad de la vida, cómo el sol, el aire transparente, la claridad de sus aguas extendiéndose hasta la línea del horizonte y bordando ante la mirada sus riberas con cada ola y cada ondulación, formaban el cuerpo y fertilizaban el alma; en suma, la cualidad especial de la naturaleza que conseguía que fueran de la mano uvas y aceitunas, inspiración mística y razonamiento axiomático, la más violenta pasión y la búsqueda de la paz individual» (Paz). Este toque de ilusión clásica en manos de un maestro del diálogo entre culturas, lleva esa misma cualidad, como la tierra que le vio nacer. Libano fue por excelencia, vergel y cuna de la mediterraneidad. Desde allí brota la música que Rabih Abou-Khalil ofrece, música que desde su más tierna infancia le conformó, aun si pronto asumiera aquellas que provenían de allende los mares. Mas, a la hora de la verdad tornaría al instrumento ancestral, el ûd que practica desde sus cinco años. Devenir musical que asentó junto a maestros de la talla del gran Georges Farah, con quien consolidaría su formación hasta 1978, ya en plena guerra civil. Guerra que le obligó a dejar su país natal, pero no el soplo abierto que nutriría composiciones tramadas en filigrana transcultural.
rien a dire que d'écouter et se laisser emporter comme toujours merci
magic music so good for the spirit and the heart
This is, again, a great study track. I'm listening to this while writing a paper :)
me too!
Are you me?
Wunderschön, vielen Dank.