Durante el verano de 1990 tomé un curso (lo impartió otra institución) en el Museo Franz Mayer. A la hora del descanso recorría las salas del museo y, en una ocasión, entré en la biblioteca. Contemplaba la belleza del lugar que, aunado al aroma del mobiliario y al silencio, invitaba a leer. Cuando me acerqué al fichero, desde la parte alta (donde se hizo esta entrevista) una mujer, con voz fuerte, me dijo que no tocara nada. Bajó y me espetó que esa biblioteca sólo estaba disponible para investigadores. Era una señora mayor que hablaba con acento extranjero, como para demostrar "su superioridad". Yo he visitado muchas bibliotecas, pero nada más en esta me han hablado de esa manera, ¡qué bueno! A lo largo de los años he ido al Franz Mayer a diversas exposiciones, he comprado libros en preciosa tienda, en aquel año de 1990 compré uno sobre el rebozo, que escribió Teresa Castelló Iturbide, y otros sobre los gobernantes mexicas y novohispanos, así como cuadernos y cosas con el nombre del museo. Al escuchar esta entrevista, me he dado cuenta que la biblioteca ya no está restringida ni hay personal déspota atendiendo a los usuarios. Sin embargo, en 1995, fui a la tienda del Museo de la Medicina a comprar unos libros. Me atendió una señora encantadora, quien me mostró su colección de libros que pertenecieron a los herejes condenados por el Santo Oficio. Años después leí un artículo sobre ella. Fue una maravillosa sorpresa saber quién era la señora amable y gentil: Amalia Porrúa. Ojalá la entrevisten ustedes.
Ha sido una ardua tarea para quienes somos bibliotecólogos dejar atrás esa etiqueta del bibliotecario engorroso, sin embargo lo estamos logrando. Me da mucho gusto que hayas tenido una mejor experiencia ulteriormente.
Una joyita, esta hermosa biblioteca!!! 👌👌👌
Durante el verano de 1990 tomé un curso (lo impartió otra institución) en el Museo Franz Mayer. A la hora del descanso recorría las salas del museo y, en una ocasión, entré en la biblioteca. Contemplaba la belleza del lugar que, aunado al aroma del mobiliario y al silencio, invitaba a leer. Cuando me acerqué al fichero, desde la parte alta (donde se hizo esta entrevista) una mujer, con voz fuerte, me dijo que no tocara nada. Bajó y me espetó que esa biblioteca sólo estaba disponible para investigadores. Era una señora mayor que hablaba con acento extranjero, como para demostrar "su superioridad".
Yo he visitado muchas bibliotecas, pero nada más en esta me han hablado de esa manera, ¡qué bueno!
A lo largo de los años he ido al Franz Mayer a diversas exposiciones, he comprado libros en preciosa tienda, en aquel año de 1990 compré uno sobre el rebozo, que escribió Teresa Castelló Iturbide, y otros sobre los gobernantes mexicas y novohispanos, así como cuadernos y cosas con el nombre del museo.
Al escuchar esta entrevista, me he dado cuenta que la biblioteca ya no está restringida ni hay personal déspota atendiendo a los usuarios.
Sin embargo, en 1995, fui a la tienda del Museo de la Medicina a comprar unos libros. Me atendió una señora encantadora, quien me mostró su colección de libros que pertenecieron a los herejes condenados por el Santo Oficio. Años después leí un artículo sobre ella. Fue una maravillosa sorpresa saber quién era la señora amable y gentil: Amalia Porrúa.
Ojalá la entrevisten ustedes.
Ha sido una ardua tarea para quienes somos bibliotecólogos dejar atrás esa etiqueta del bibliotecario engorroso, sin embargo lo estamos logrando.
Me da mucho gusto que hayas tenido una mejor experiencia ulteriormente.
Verdaderas Joyas!!