EL SEMINARISTA DE LOS OJOS NEGROS - de Miguel Ramos Carrión - voz: El Bucanero

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  • Опубликовано: 11 сен 2024
  • El poema cuenta la dulce y triste historia de un amor platónico entre una salmantina y un seminarista. Todas las tardes, mientras cose, la joven ve por la ventana el grupo de seminaristas que sale a pasear. Entre todos ellos, uno la ha cautivado: el seminarista de los ojos negros. Con el tiempo, los enamorados llegan a intercambiar miradas cómplices, que generan pasiones imaginarias y ponen en tela de juicio los votos del religioso. Un día, en lugar de la usual caminata, la salmantina nota una marcha fúnebre hacia el cementerio. Todos los seminaristas acompañan el féretro excepto uno: el seminarista de los ojos negros.
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    Desde la ventana
    de un casucho viejo abierta en verano, cerrada en invierno por los vidrios verdosos y plomos espesos una salmantina de rubio cabello y ojos que parecen pedazos de cielo mientras la costura mezcla con el rezo ve todas las tardes pasar en silencio los seminaristas que van de paseo baja la cabeza sin erguir el cuerpo marchan en dos filas, pausados y austeros sin más nota alegre sobre el traje negro que la beca roja que ciñe su cuello y que por la espalda casi roza el suelo un seminarista entre todos ellos marcha siempre erguido con aire resuelto la negra sotana dibuja su cuerpo gallardo y airoso, flexible y esbelto él solo, a hurtadillas y con el recelo de que sus miradas observen los clérigos desde que en la calle vislumbra a lo lejos a la salmantina de rubio cabello la mira muy fijo con mirar intenso y siempre que pasa le deja el recuerdo de aquella mirada de sus ojos negros monótono y tardo va pasando el tiempo y muere el estío y el otoño luego y vienen las tardes plomizas de invierno desde la ventana del casucho viejo siempre sola y triste, rezando y cociendo una salmantina de rubio cabello ve todas las tardes pasar en silencio los seminaristas que van de paseo pero, no ve a todos ve solo a uno de ellos su seminarista de los ojos negros cada vez que pasa gallardo y esbelto observa la niña que pide aquel cuerpo marciales arreos cuando en ella fija sus ojos abiertos con vivas y audaces miradas de fuego parece decirla te quiero, te quiero yo no he de ser cura, yo no puedo serlo sí yo no soy tuyo me muero, me muero a la niña entonces se le oprime el pecho la labor suspende y olvida los rezos y ya vive solo en su pensamiento el seminarista de los ojos negros en una lluviosa mañana de invierno la niña que alegre saltaba del lecho oyó tristes cánticos y fúnebres rezos por la angosta calle pasaba un entierro un seminarista sin duda era el muerto pues cuatro llevaban en hombros el féretro con la beca roja por cima cubierto y sobre la beca el bonete negro con sus voces roncas cantaban los clérigos los seminaristas iban en silencio siempre en dos filas hacia el cementerio como por las tardes al ir de paseo la niña angustiada miraba el cortejo los conoce a todos a fuerza de verlos tan solo, tan solo faltaba entre ellos el seminarista de los ojos negros corriendo los años pasó mucho tiempo y allá en la ventana del casucho viejo una pobre anciana de blancos cabellos con la tez rugosa y encorvado el cuerpo mientras la costura mezcla con el rezo ve todas las tardes pasar en silencio los seminaristas que van de paseo la labor suspende, los mira y al verlos sus ojos azules ya tristes y muertos vierten silenciosas lágrimas de hielo vieja, sola y triste aún guarda el recuerdo del seminarista de los ojos negros.

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