Miguel Hernández: Elegía de la novia lunada

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  • Опубликовано: 5 окт 2024
  • Voz: Manuel López Castilleja
    Música: Beethoven_Moonlight Sonata
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    Mi voluntad, madura, te acercaba
    en mi mano la muerte,
    que retiraba, pita sublunada,
    mi decisión aún verde.
    Atropellando senos, no, racimos
    de picudos humores,
    tu corazón la de Albacete hizo,
    por fin, rinoceronte.
    Yo te maté en el baño, agamenona,
    y en seguida subieron
    persianas limonadas olas, olas
    a tu herido aposento.
    Con un sexo de acero y de tragedia
    me reanudé a tu sexo:
    no pude entrar en ti de otra manera,
    pura de trecho en trecho.
    La boca de herida come frío:
    ¡en qué manida entrada,
    colorado discurso a lo zarcillo
    inquiere la navaja!
    No has dejado de ser, como la rosa,
    bella para la muerte;
    dispensa la ruina de tu boca
    perfección permanente.
    Álgida, como jarra a la serena,
    bella a granel no mía,
    para siempre he perdido tu belleza,
    tú, su mejor amiga.
    De ella narciso, en ella me miraba,
    y llorándola ahora,
    como la suya, aventan, la guitarra,
    sangre mis manos, horcas.
    Tu beso que era ayer patrón, medida,
    modelo de la rosa,
    lo derrocó mi enamorada ira:
    dispénseme tu boca.
    Yo quise modelarte y arcilla
    en tu escultura mano,
    que en el balcón de esta fotografía
    despeinada ha quedado.
    Yo te quería, por acaso casta,
    monja de tu belleza:
    a los demás, a todos vocearla,
    pero que no la vieran.
    Yo te hablé de tu frente de reluna,
    y entonces, sin acasos,
    pensaba en sapos ella, a la ventura
    tortas de frío y asco.
    Me amaste por regalo...Yo soy feo
    como los ruy-señores
    que cultivan primor, lunas, luceros
    en sures de limones.
    Y los celos, carcoma de mi carne,
    cáncer de mi madera,
    ¡qué cornada mortal contra tu sangre
    tiraron cachicuerna!
    Si al pie del agua azul fuiste violada,
    ahora en la muerte roja,
    y mucho más hermosa la distancia
    de tu hermosura ahora.
    ¡Oh, qué proeza la de no guardarme,
    oh, bella de antemano,
    tu corazón, la yema de tu sangre
    que fue, a lo sumo malo!
    ¡Oh, qué proeza la de no arrancarme
    mi corazón de cuajo,
    para, como una esquila palpitante,
    a tu cuello colgarlo!...
    -----------------***---------------------
    Besando puertas voy corriendo aldabas
    contra el azahar, tu aliento,
    y recordando un beso tan sin talla,
    que no puedo jurar que te di un beso.
    Publicado en Miguel Hernández, Poesía y prosa de guerra y otros textos olvidados, Madrid, Ayuso, 1977. Textos recogidos por Juan Cano Ballesta y Robert Marrast de los archivos de D. Juan Guerrero.
    (Orihuela, 23 mayo 1933)

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